Vuyerismo

¡Slap! Sucedió. No te diste cuenta, pero bien lo preví yo. Eres mio. Mi lector. Fue un accidente que tuviste, ni modo, caíste en la red.
Te voy a contar, como es que ese talismán, ese estigma, esa venerable deidad que es lo prohibido, me sigue a todos lados.

Son las miradas, discretas o cínicas, las que me engrandecen. Pero no se le puede culpar a nadie. ¿Quién no sentiría curiosidad?
Qué divertido sería, pararse así, sin más, en una esquina para mirar absortamente a una prostituta descansar primero sobre un pie, luego sobre el otro. Fijarse bien si sus tacones son altos, si sus piernas son lindas, o reír con el cliché del cigarrillo y su ropa excesivamente obvia.
Mirar su mirada, a ver, querer saber, si se le nota. Si se percibe eso que han de tener las prostitutas por tanto sexo con tantos hombres.
No te cansarías de observarla, porque, cuando la hayas consumido toda, querrás saber qué hay detras de las cortinas, justo encima del colchón, debajo de sus prendas y más adentro aún.

Sin embargo, son casi intocables, ¿no? Esquivas, viciosas, misteriosas. Un rato son de uno y después de alguien más. Mañana, no sé. Como hoja al viento.
Pero, es tan real, casi vulgar, ¿Porqué entonces ese vacío? Esa sensación de solo soñar que la tuviste. ¿Le gustó? ¡Bah! ¡Qué importa! Una piruja más, como tantas, todas iguales, la misma mirada fría, la misma melosidad asquerosa, detestable, hipócrita. Aburridas, tediosas, odiosas, insufribles. Pero, ¿Y le gustó? Parecia sentirse su calor ¿no? ¿Notaste como le brillaban los ojos? Bueno, al menos sonrió un poco.

Fuera del arrabal y del lujo, caminando entre la gente, estoy yo también. Bifronte. Disfrazada de persona sencilla, esquivando prejuicios, perdida en el laberinto del "qué dirán".
Fue porque quise que me besaran muchos labios, pero no recordarlos al dia siguiente, y si lo hacía, revolverlos, confundirlos con aquellos otros. Y quise eso porque sabía, que aparte de que era bueno, se pagaba por ello. Crucé la frontera por eso.
Entonces el cajero, ya no fue cajero, porque mi mirada cambió. Era un hombre desnudo. Y su jefe muy parecido al cliente de ayer. Ese que abarcaba con sus manos mi cintura, el que me provocaba la perversión de calentarme sintiendome una niña.
¿Tu papá? Es de los que se bañan a conciencia y llevan flores. Tú, no sé, creo que no te gustan las putas.

En una ciudad como Guadalajara, donde vivo y de donde soy. Guardar las apariencias es labor artesanal.
Porque un solo ademán que no sea suave, revelará real o imaginariamente, sucísimos actos impuros.
Pero, si no permito que se me acerquen demasiado, no notarán lo caliente de mi piel, y lo imperante de mi necesidad de colmar cualquier deseo carnal. Y entonces ya no pertenezco, ignoro su juego, me resbalo de sus dedos.
No me interesan ellos, solo quiero sexo, y el dinero, claro, el dinero.

Dar, obtener, y observar el placer. Con sus variantes, matices y bifurcaciones infinitas, inacabables. ¿Otra cosa hay?