"El que paga soy yo"

Como más me gusta que me den es a gatas. Desde antes de probar el sexo por primera vez, mirando los videos porno de mi hermano, me imaginaba en esa postura. Por supuesto que no lo veía como algo que me sucedería todos los días, la inocencia de la preadolescencia te hace creer que en la vida, las cosas pasan una o dos veces. Así que según yo, mi momento cumbre de máximo morbo y sensualidad sería el día que me pusiera así, levantando el trasero para recibir esa sensación que aun no conocía.

A gatas. Es tan animal, tan perverso, casi sucio, un poco sumiso, un tanto humillante también. Es exageradamente receptivo, sientes que al ser penetrada te parten en dos, que se te debilitan las piernas y pierdes la voluntad. Me gusta tanto que para mí,  una sesión de sexo está casi, casi incompleta sin esa posición.

Es por eso que ayer que estaba con un cliente, él encima de mí y yo con las piernas cruzadas en torno a él y acariándole un poco la espalda le pedí al oído que me la diera así. Mi amante en turno no se dio por aludido y como soy muy caprichosa se lo volví a pedir dos veces más y en la última ocasión se paró en seco y me dijo: "Bueno ¡El que paga soy yo!"

¡Y yo tan sentimental! Se me hizo un nudo en la garganta y me dije a mí misma "Ohh, por favor no te pongas a llorar, sería tan ridículo y vergonzoso". Fingí que no pasaba nada, le sonreí lo más que pude y al finalizar la hora, me fui contenta de ser un poco menos infantil y anteponer el profesionalismo al drama.

Pero ¡Ohh señores! Ya sé que me están pagando, no tienen porqué decirlo. Que ante dos desconocidos reine la delicadeza. Mis colegas y yo les ahorramos el flirteo, ustedes nos ayudan con los gastos ¿En dónde reside el mal? Si quitáramos la parte en la me ponen el dinero en la mano y yo lo guardo en mi cartera no veo la diferencia entre nosotros dos y otros amantes cualquiera.